En restrospectiva puedo ver que llamar
a tu numero fue un grave error, o al menos la consecuencia fatal de
una serie de errores en la que marcar al numero equivocado sin
cambiar el 0 por un 8 o el 4 por un 5, escucharte decir -me gusta
tu voz y estoy aburrida, sigueme hablando- con tu tono de muñeca
ronca y quedarme pegado al telefono entretejiendo una historia para
hacerte dormir, fueron tan sólo los ultimos clavos de mi ataud.
Te llamé a instancia de un amigo común
que no conoces, que me insistió en que eras alguien a quien
definitivamente tenía que conocer. Llamala- me dijo -dile
que me conoces y que sólo quieres hablar un poco, hazla reir, y
luego dile con tu voz más sexy que tu tambien amas los gatos. Me
dijo que habias escuchado de mí por las cosas que te había contado,
que esperabas mi llamada y que no estabas segura de encontrarte
conmigo de improviso en una cita a ciegas, que querías tener la
seguridad de que por muy mal que resultara el encuentro al menos no
te ibas a aburrir. Me preparé para la llamada durante horas, hice
calistenia para asegurarme de que mi voz fuera más profunda y
másculina, me afeité y perfumé a pesar de que son cosas que no me
gusta hacer en fines de semana. Marqué el numero con cuidado para
asegurarme de no cometer un error, no fuera a contestarme un novio
celoso, o una mujer loca de esas que luego se obsesionan con uno.
Espere paciente oir tu voz sin saber que cuando la oyera no sería la
tuya, o más bien, que tú no eras la tú que esperaba conocer.
La tú que llamaba, y cuyo
nombre ignoro es una mujer un poco mayor que yo, que estuvo a punto
de casarse con el hombre equivocado. Él, me dice mi amigo, era un
gran partido, guapo, exitoso, sociable y buen amante, no tenía más
que dos defectos importantes. El primero, al que pocos prestan
atención pero que constituye la raiz del problema, era su nombre.
Era un nombre repelente por común, plano y simple, no decía nada,
igual pudiera haberse llamado Zapato o Silla. Además, y este era su
segundo defecto, era poco amable.
A esa tú llamé, y tú tú
contestaste, con tu voz de muñeca ronca y tus pausas largas que
nunca he sabido si se deben a pereza o a cierta coquetería de tu
voz, que insinúa en tus labios las palabras segundos antes de que
ellas lleguen a mis ansiosos oidos. No sabía yo , entonces, que
había llamado al numero equivocado por error. Y todavía me tomó un
par de meses darme cuenta de que no eras la tú con quien debía
hablar. Mi amigo todos los días llamaba a preguntarme si ya te había
llamado, y en la noche cuando lo hacía yo pensaba en preguntarte:
¿Eres tú o no eres tú? ¿Con
quién hablo?, si no eres tú dimelo, por favor. No me dejes aquí
engañado pensando que eres quien no eres o que no eres quien eres
porque todas las noches dudo de si eres tú tú, o una tú ella que
no conozco, o un efecto secundario de mi imaginación hiperactiva, el
poco sueño y la mucha lluvia
Así
que me contestaste, y me quedé mudo. No te lo dije entonces, pero te
lo digo ahora, tienes la voz de alguien que quise, no es igual porque
la tuya es más ronca, más lenta, tu dices cosas que ella jamás
diría. Pero haces el mismo sonido que ella hacía cuando sonries. Y
cada vez que dices hola, como si al mismo tiempo quisieras decir:
hablemos,
no te vayas
y adiós,
mi corazón da un salto a la izquierda porque me suenas a ella. Al
final de la noche, cuando sentí que sonreías como lo hacen a veces
algunas personas justo antes de quedar dormidas, te dije con mi tono
de voz más bajo y sensual: Yo
tambien amo los gatos. Pude
escuchat tu mirada al otro lado del telefono. Colgaste, pero supe que
esperabas que te volviera a llamar otro día, sólo entonces me di
cuenta de que no sabía tu nombre.
Te
llamé al día siguiente, había dedicado todo el día a aprenderme
tu numero, lo marcaba de prisa una y otra y otra vez. Esperé al
momento más frio de la noche para llamarte. Y me contestó la otra
tú. La tú que pensaba llamar desde un principio, lo entendí como
un juego, tú haciendote pasar por otra, otra tú haciendose pasar
por ti, y comencé de nuevo. Sólo
llamo para hablar, le
dije, sin sentír antes el silencio reverente que sentimos ante lo
sagrado, ni el remezón en el corazón que me provocaste la noche
anterior. Me imaginaba tus sonrisas, las de la otra tu, pero no las
escuchaba. Te conté otra historia, distinta, no una para hacer
dormir, una para curar. Y al final, sin haber preguntado nada sobre
tu anterior prometido, te dije de nuevo yo
tambien amo los gatos, al
despedirme.
Esa
segunda noche tampoco pregunté tu nombre. Como no lo hice en ninguna
de las noches siguientes, esto era tambien parte del juego. A veces
marcaba y me respondías tú, la muñeca sonriente que me sembraba
dudas, la mujer rompecabezas. Otras veces respondia la otra tú, la
mujer dulce y melancolica que, sentía, se agarraba a mi voz como un
naufrago a una viga que encuentra flotando. En algunos momentos
sospechaba que debías ser dos personas distintas, me preguntaba si
no era raro que un juego durara tanto tiempo, pero tú, ambas, te
negabas por completo a verme. Soy una persona de la noche, me decía
una tú, y la otra alegaba que en la noche, ya cansada no tenía
tiempo para verme. - Pero
esto de hablar es delicioso-
me decian ambas cada vez que insistía.
Y
entonces, aceptaste encontrarnos, ambas tú quiero decir. Claro que
fue extraño recordarte nuestra cita en la noche del jueves cuando
era practicamente de lo unico que habíamos hablado el miercoles,
pero ya estaba acostumbrado a que actuaras como si hubieras olvidado
algo, y te seguí el juego. No necesité fotos, ni escuchar tus voces
para reconocerte en dos lugares. Tú y la otra tú, ambas esperaban a
alguien que no iba a llegar, sus esperas se reflejaban de modos muy
distintos, la otra tú miraba anhelante a cada persona que entraba,
la sentí posar sus ojos sobre mí y examinarme con cuidado, pero no
respondí a su mirada. Tampoco a la de la mujer que eres tú tú,
quien despreocupadamente comía los panes con pequeños bocados y
grandes cantidades de mantequilla.
Preocupado
me senté en la barra, a una distancia equisdistante de ambas tú. E
intenté pensar en la mejor manera de no desarmar lo que entre tú,
la otra tú y yo existe, porque en verdad, eso de hablar era
delicioso.