jueves, 2 de agosto de 2012

Sobre narrar. Introducción a taller de narración


Hoy que iniciamos este taller de narración, quiero decir tres cosas que pienso son importantes:

La primera: Narrar es un asunto problemático, y siempre lo ha sido.

Les pido que se imaginen al primer hombre que vió un lobo, este hombre había crecido en un mundo en el que el lobo jamás había existido, ni su padre, ni su abuelo, ni ninguno de sus ancestros jamás había visto un lobo, ni ninguna especie de mamifero lupino. Así que este hombre ve un lobo y regresa a su grupo. Los llama, con gritos y gruñidos, y los lleva a la espesura donde ha encontrado al extraño animal. Pero el lobo, que goza de movimiento como todos los animales vivos -y este en particular, porque es vivo por partida doble, vivo por ser astuto y vivo por gozar del don de la vida-, es muy posible que haya huido para el momento en que regresa el hombre con su horda.

 Lo que sí hallan los hombres es un alce devorado a medias. Y el hombre que vió el lobo, Juanito -por llamarlo de alguna manera-, se ve obligado a describir al animal que ha visto. Y para hacerlo no cuenta con el refinado lenguaje que poseemos en la actualidad, ya que de hacerlo hubiera podido explicar, sin dificultades, que se había encontrado con un animal cordado vertebrado mamifero carnivoro canino; similar en todo a un perro cualquiera pero de complexión musculosa, mirada penetrante, colmillos afilados, propensión gregaria y gusto por la carne fresca.

Podemos asumir que Juanito Avista Lobos, como le conoce la posteridad, era un hombre sin talentos particulares para la imitación de animales, así que señala su cabello para decir que el lobo es un animal peludo; se arrodilla sobre el piso y se coloca en cuatro para señalar que es cuadrupedo, abre su boca de escasos dientes y busca entre ellos su propio colmillo para indicar que tiene algunos así pero aún más grandes. Tambien es posible que entre los escuchas se hallara un incredulo, alguien que dijera: -estás mintiendo, no existe tal animal- o peor aún: -Estás confundido. Obviamente es un animal que hemos visto. Es peludo, cuadrupedo y tiene colmillos, es claro que es un oso-. Incluso existe la posibilidad de que alguien, al escuchar la descripción de Juanito Avista Lobos dijera: -Eso es una jirafa o un jabalí-.

Y éste, es el primer y más grande problema de la narración, capturar con palabras, imagenes, movimientos, gestos, gruñidos, gemidos, y onomatopeyas más o menos fieles, toda la profundidad, variedad y peso de la realidad. La fotografía y su hijo, el cine, tienen cierta ventaja, porque son representaciones visuales fieles de la superficie de lo real. Con una foto o un video rapidamente capturados por la camara de su celular, Juanito Avista Lobos, hubiera podido mostrar de manera fiel a sus compañeros cómo son los lobos o la manera feroz en que varios de ellos derriban, asesinan y devoran a un alce. Lo que no hubiera podido mostrarles con una foto, ni un video, es la razón por la cual, durante el resto de su vida no volverá a entrar solo al bosque, ni por qué un rio caliente recorrerá sus piernas cada subsiguiente noche cuando los oiga aullar, ni siquiera por qué de repente siente más deseos de dejar cientos de hijos en esta tierra.

Una imagen o incluso una sucesión de ellas, es insuficiente por sí sola para narrar. De igual manera lo son las palabras, los movimientos, los gestos, los gemidos, los gruñidos y las onomatopeyas. Porque como veremos con Barthes en “La camara lúcida” la narración real va por dentro y depende en gran medida de quien escucha.

Segunda: Narrar es traducir(nos).

Toda narración es en cierta forma autobiografica, así como alguien que no ha visto un lobo no puede describirlo, quien no ha sentido amor no puede hablar de él, quien no se ha sentido traicionado no puede escribir sobre traicion; quien no tiene o añora tener amigos, no tiene nada que decir sobre amistad; quien no sabe de electrodinamica no es capaz de entender o describir como dos cuerpos pueden producir chispas mientras están bailando. Siempre, siempre narramos, explicamos, contamos, chismeamos, aprendemos, amamos, enseñamos, soñamos e interpretamos desde el mundo llamado “mí mismo”.

Somos todo lo que tenemos, todo nuestro marco de referencia, toda nuestra fuente de experiencia vital y al narrar somos nosotros mismos lo que narramos, pero para hacerlo debemos poner lo que tenemos dentro en una lengua común y limitada. Le llamamos día a cada día, y no hay una palabra especial que signifique: día de cielo azul en que se recibe una llamada de alguien querido y extrañado, o día gris y lluvioso en que se hiberna ante la chimenea observando a los leños despedir chispas como celebrando, ni dia en que se descubre que se está enamorado, todos son días por igual, y debemos confiar en que nuestro escucha, lector, interlocutor, televidente o gato (para los que hablamos con gatos), va a entender la diferencia. Así el narrador es como la persona atrapada en una isla desierta que, desesperada por contacto humano, lanza una botella con un mensaje al mar.

Como lectores, por otra parte, recibimos el mensaje en la botella. Pero donde el naufrago dice playa, es nuestra playa la que vemos; donde dice mar infestado de tiburones, son nuestros tiburones los que pueblan el agua;son nuestros colores, no los suyos, los que bailan en el cielo al atardecer que menciona; son nuestras monedas las que brillan, nuestra isla imaginada la que él habíta. No es su naufragio el que nos inquieta e interesa, es lo que leemos de nosotros en su historia: nuestro posible futuro, los seres que pudimos ser de tomar otras decisiones, o nuestro pasado, cuando nos sentimos, nosotros tambien, sobrevivientes de naufragios, aunque los nuestros fueran metaforicos y no reales.

Por eso, traducir, interpretar, resumir, explicar es siempre un inevitable acto de creación (re-creacion) y de traición. Es una traicion perdonable si nos contentamos con traducirnos, explicarnos, resumirnos a nosotros mismos. Pero es imperdonable, aunque sea igualmente un acto creativo, cuando pretendemos interpretar, traducir a los demás.  

Ese hombre, probablemente amable, inteligente y compresivo, que dijo a Juanito Avista Lobos: - oye, tal vez estás un poco confundido, es un oso. Podría ser una nueva raza, pero tiene garras, colmillos, es peludo y cuadrupedo. Tiene que ser un oso-, ese hombre probablemente pasó el resto de su vida pregonando que en el bosque de tal lugar, cerca de tal rio habitaban unos osos pequeños que podían correr más rápido que cualquier otro oso, no hibernaban en los días del frío y aullaban en la noche. Él fue un traductor, y también, quizás, la primera persona que narró historias sobre animales fantasticos.

Lo tercero y último que quiero decir es que espero que se diviertan, que de hecho logremos aprender algo, y que se atrevan a narrar y a narrarse los unos a los otros en todos los sentidos posibles.