sábado, 2 de agosto de 2014

Mujer de Edward Hopper

Mucho tiempo despues, al recordar ese día en que había despertado por primera vez sola, lo primero que le vino a la a mente fue la intensidad del sol que entraba por por la ventana. La alarma había sonado por varios minutos antes de silenciarse. No sentía ninguna necesidad de apagarla, ya no quedaba nadie a quien dañarle el sueño.

El sol le picaba en la piel, y afuera el mundo entero le parecía -sin gafas- una acuarela abstracta. Se fijó en colores que hacía mucho no notaba. Ya sentada, sintió deseos de no moverse. El día anterior había ido desmontando el apartamento, envolviendo los cuadros, guardando en cajas los libros, forrando con periodico los objetos fragiles. En la sala, las cajas a medio llenar esperaban. Su tarea seguía inconclusa. Habría podido seguir durmiendo.

Un pensamiento la invadió, el mundo estaba lleno y ella, como su habitación, vacía. Podría quedarse allí, sentada, acostada, esperando a despertar de verdad para descubrir que todo había sido un sueño. Y lo hizo, permaneció allí hasta mucho despues de que empezaron a dolerle las piernas y la espalda. Su piel se enrojeció y le ardía. El sol se desplazó por su habitación hasta desaparecer al pie de su ventana. Entonces se levantó, y caminó hacia la sala. No quiso comer ni beber, el estomago le dolía y sentía la lengua pesada como si fuera un trapo en su boca.

Lo que más recuerda de ese primer día en que tuvo que despertar sola, es que todo le dolía pero había sobrevivido. Y acompañada por sus dolores se había sentido menos sola.