miércoles, 21 de enero de 2015

La vida

Esta mañana me desperté, como todas las mañanas, con una perra lamiendome la cara. La bajé de la cama, la saqué del cuarto ( mi puerta se abre si la empujan porque tiene la cerradura dañada), y planeaba dormir un rato más, pero mi tia me dió una noticia que me quitó el sueño: A mi tio Raúl, con quien compartí hogar durante años, le dió un infarto y está en cuidados intensivos.

Me quedé tieso. Mi tio es una de las personas más saludables que conozco, o no, no sé. En todo caso, uno recibe una noticia como esa y ¿qué hace? ¿Llama?¿Escribe?¿Llora?¿Reza?¿Lo ignora y vuelve a dormir hasta que sea una hora más adecuada para procesar esas noticias?

Yo soy terrible lidiando con las tragedias en las vidas de otras personas. No sé qué decir, no sé qué hacer, solo me quedo allí escuchando con miedo de tener que decir algo. Así que miro a la persona fijamente, sonrio si siento que debo hacerlo, digo los clichés necesarios, y a veces digo cosas que siento pero que son bastante estupidas.

De mi ultimo año del colegio hay dos cosas que decir: que yo me escapaba a menudo de clases y que me gustaba una chica llamada T. T era amiga de una amiga mia. Un día acordamos salir yo, T, nuestra amiga en común y el novio de esta amiga. Quedamos en que el viernes sería excelente y ese día, para arreglarme temprano y dar una buena impresión de calle, me escapé de clases a eso de las 10.

Cuando ya estaba listo, a eso de las 3, llamé a T. Quería confirmar cuando nos ibamos a encontrar y en donde. Incluso había mirado la cartelera de cine y sabía qué podríamos ver.  La saludé emocionado, y ella me dijo llorando que esa mañana su mamá se había muerto. La habían recogido casi al mismo tiempo en que yo me escapaba, así, aunque avisaron a todos los demás compañeros, yo no me había enterado. Los planes, sobra decirlo, se cancelaron.

Esa noche, junto con nuestra amiga, la visité. Ella estaba llorando desconosolada y yo permanecia en silencio mientras familiares, amigos y conocidos le decían cosas bonitas. Me sentí completamente inutil. Y es una sensación que, cada vez que recuerdo ese día, me invade de nuevo. Al partir, sin haber dicho más de cinco palabras, le dí un abrazo y le dije: "Si pudiera quitarte todo el dolor y sentirlo yo, lo haría." Entonces me fuí.

Ese soy yo en esas situaciones. Un tipo silencioso que luego dice cosas pendejas que arruinan por completo toda posibilidad de acercamientos posteriores.