miércoles, 9 de septiembre de 2015

La metamorfosis de Tom Cruise

Cuando Tom Cruise se despertó esa noche después de una siesta intranquila, se encontró sobre la silla de maquillaje aún convertido en un monstruoso insecto. Una sábana blanca se deslizaba sobre su vientre abombado, parduzco y duro. Sus muchas patas, ridículamente inútiles se mantenían quietas ante su rostro.

«Me han olvidado» Pensó.

No era un sueño. El resto del camerino seguía intacto. El extractor giraba lento con un zumbido grave. En los espejos de la pared se mantenían dos fotos, el antes y después del maquillaje, enmarcadas por cuatro tiras de cinta adhesiva. En la esquina, estaba un perchero del que colgaban su sombrero y su gabardina.

«¿Qué pasaría —pensó— si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?»

Pero esto era absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Lo intentó cinco veces, cerraba los ojos para no ver sus patas rectas e inútiles y sólo desistía cuando comenzaba a notar un dolor sordo en las costillas.

«¡Xenu mio! —pensó— ¡Qué profesión más dura he elegido! Entrevistas, reuniones y fotografías un día sí y otro también. Pero cómo han podido olvidarse de mí justo hoy que tengo una gala. ¡Que se vaya todo al diablo!»

Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó dentro del traje para recoger su brazo y rascarse; se encontró con que éste estaba atrapado. Sintió escalofríos y se deslizó de nuevo a su posición inicial.

« Esto de dormir en las salas de maquillaje —pensó— lo hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir en una cama mullida, rodeado de cojines como un pachá. Por lo pronto, tengo que levantarme porque la premiación es a las ocho y ya debe haber anochecido», y miró hacia el reloj sobre la puerta.

«¡Xenu del cielo!» pensó.

Eran las siete y media, ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto. «¿Es que nadie ha visto mi nota?». Desde la silla se veía que ésta seguía en el espejo, al lado de las fotos, en letras grandes, claras y rojas. Alguien debía haber intentado despertarlo.

«Podría intentar llamar a mi agente —pensó— decirle que estoy enfermo» Pero esto sería sospechoso, porque había almorzado con él y ambos sabían que no había estado enfermo ni una sola vez en los últimos cinco años. Seguramente aparecería con el medico de la agencia, para quien no había actores enfermos sino hombres sanos sin energía y le intentaría convencer de tomar estimulantes. Además, Tom, a excepción de algo de pereza, se sentía bastante bien e incluso tenía algo de hambre.

Mientras reflexionaba sobre todo esto —en el preciso momento en que el reloj daba las ocho menos cuarto— alguien tocó a la puerta.

—Tom —escuchó que decían (era Chloë Grace Moretz, la actriz que hacía de su hermana) —, son las ocho menos cuarto. ¿No ibas a ir a los premios?

Tom se asustó al intentar contestar. El maquillaje le impedía articular una sola palabra y el sonido que produjo era definitivamente su voz, pero mezclada con un silbido como de golondrina y una especie de gruñido que le lastimaba la garganta.

—¿Qué dijiste?— fue la respuesta de Chloë —¿necesitas algo?

«Qué suerte tenía Gregorio —pensó— de que su madre le entendiera. Mi propia hermana en la película no entiende una sola palabra de lo que digo y seguramente partirá sin preocuparse por mi suerte»

Así fue, escuchó los livianos pasos de Chloë alejándose y no le siguieron los golpes secos del padre de Gregorio. Tampoco sonó su celular.

«No hay que permanecer acostados inútilmente», se dijo Tom.

Quería salir de la silla en primer lugar por abajo, pero esta parte inferior no se movía. Recordó que antes había logrado desplazarse hacia arriba e intentó sacar primero su parte superior.

«Espero no dañar el traje —pensó— pero tampoco quiero golpearme la cabeza», y renunció temporalmente a los intentos de levantarse. Al mismo tiempo se seguía diciendo que de ningún modo podía permanecer en la silla.

La parte de atrás del traje le hacía balancearse levemente y Tom pensó que podría dejarse caer sobre ésta, que parecía ser dura y así evitaría lastimar su cabeza. Cuando ya sobresalía a medias de la silla, se le ocurrió lo fácil que sería esta tarea si alguien viniese en su ayuda. Con dos personas fuertes bastaría —pensaba en el director y la encargada del aseo—, pero la puerta parecía estar cerrada y nadie vendría a ayudarlo.

«Pronto vendrá mi agente a preguntar por mí —pensó— lo escucharé tocando a la puerta y me dejaré caer para que se sienta obligado a derribarla», pero nadie vino a buscarlo y  cuando se escuchó el sonido sordo y poco aparatoso de su caída nadie le dijo a ninguno:
—Ahí dentro se ha caído algo.

La espalda del traje era más elástica de lo que Tom había pensado y  soportó  bien la caída. Ahora sólo le quedaba levantarse, apoyándose en diversos muebles,  y salir de la habitación. Asistiría a los premios vestido de insecto y los expertos le llamarían revolucionario, se hablaría de su valentía por décadas. Todo estaría bien.

«Por lo menos —pensó— afuera no me esperan jefes molestos y padres decepcionados», apoyarse en sillas y mesas daba resultado. Tom recuperaba su verticalidad y se sentía más tranquilo.

Descansó un poco. Levantarse había requerido más energía de la pensada. Observó la puerta y pensó en como abrirla. Sus manos estaban cubiertas por las patas inútiles de insecto y las mandíbulas prostéticas que cubrían su boca eran de un material frágil.

Le hubiera gustado que afuera las personas lo aclamaran. «¡Vamos Tom! —gritarían los extras, los actores y el director— ¡Tú puedes abrirla! ¡Duro con la puerta!». Y con esa idea se acercó a ella dispuesto derribarla de ser necesario. Estaba entreabierta.

«También esto me han arrebatado —pensó— no tengo necesidad de abrir la puerta con mis dientes. ¡Cómo me han dificultado esta metamorfosis!», introdujo la punta de una de sus patas bajo el pomo y la jaló hacia sí.

Salió y encontró sólo pasillos vacíos. Se emocionó al escuchar pasos que se acercaban, pero era sólo un asistente de cámara que había olvidado sus lentes y que le saludó respetuosamente antes de desaparecer de nuevo.

«Nada extraordinario nunca me ocurre —pensó— nadie se asusta por mi extraña apariencia», caminaba lentamente y un poco encorvado. El golpe había doblado ligeramente la espalda del traje y esto, junto con la rigidez de sus piernas le impedía moverse más rápido.

Le tomó casi una hora llegar a la entrada. Para conservar la emoción de la aventura, se mantuvo alejado de las vías principales y prefirió caminar entre las plantas y sobre la tierra húmeda.

«Debe haber llovido —pensó—, pero nada de eso importa ahora. Pronto estaré en los premios y mañana sólo tendrán elogios para mí», se acercaba a una caseta. En ella, un joven guardia practicaba cómo desenfundar su arma de reglamento.

Tom no reaccionó con la primera explosión, pero reconoció el sentido y significado de la segunda. Intentó alejarse, pero era inútil, los disparos se sucedían y el traje demoraba sus movimientos. Finalmente cayó. Una bala se incrustó en su espalda. Éste quería continuar arrastrándose, como si el increíble y sorprendente dolor pudiera aliviarse al cambiar de sitio.

De algún lugar cercano provenían cantos y Tom se dirigió a ellos lentamente. Quedó inconsciente antes de llegar a la puerta del estudio en que filmaban un musical. Al despertar descubrió que ya no se podía mover. No se extrañó, más bien le pareció antinatural que hubiera podido moverse antes con el pesado traje a cuestas. Apenas le dolía ya la espalda. Pensaba en su familia con cariño y emoción. Vivió para ver todavía el amanecer. A continuación, contra su voluntad, sus orificios nasales exhalaron el último suspiro.

Más tarde, dos empleadas del aseo levantaron su cuerpo y le arrojaron en un contenedor de basura. «¡Qué flaco que estaba!» dijo la una y la otra contestó «En los últimos días estaba dejando todo el almuerzo».

Los productores y el director se preguntaban dónde estaba Tom y por qué no aparecía. Mientras hablaban así, a todos se les ocurrió al mismo tiempo que Chloë Grace Moretz se había convertido en una joven actriz lozana, hermosa y deseable. Tornándose cada vez más silenciosos y entendiéndose casi inconscientemente con las miradas, pensaban que ya llegaba el momento de buscarle una buena película y abandonar definitivamente la adaptación de "La metamorfosis". Y para ellos fue como una confirmación de sus nuevos sueños y buenas intenciones cuando fue Chloë quien se levantó primero, bostezó, estiró su cuerpo joven y preguntó: «¿Dónde vamos a almorzar?»

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