martes, 8 de mayo de 2012

Sobre actuar


Me supe conquistado por el placer de ser aplaudido desde esa primera ocasión, cuando a la tierna edad de 9 años,  me paré al frente de un salón repleto de niños de mi edad y declamé la fantástica, triste e irónica historia del medico a cuya consulta llega un hombre pálido y triste, que con profundas ojeras, y voz temblorosa y profunda, declara que no tiene más familia que sus tristezas y que nada le causa encanto ni atractivo. 

Al final el medico, sorprendido pero tranquilo le dice: no debéis acobardaros, tomad hoy por receta este consejo, viendo a Garrick podréis curaros. Él podría curar al hombre, era el más grande actor, el más grande comediante de todos los tiempos, y por eso, entendiendo la ironía de la situación,  yo a pesar del miedo que sentía,  sonreí al decir las ultimas palabras: Así, no me curo, yo soy Garrick, cambiadme la receta. Vino el silencio, la expectación de oídos que querían saber más, una voz en mi mente diciendo: carajo, no entendieron o no les gustó, ve a sentarte, hazte el dormido y olvida esto, fue divertido mientras duró. Pero aplaudieron, fue el más grande aplauso que recuerdo, y me produjo un placer que no puede obtenerse de otras cosas. 

No había elegido el poema porque me sintiera identificado con el personaje, no entonces, era un chico tímido, sin amigos, que rara vez hablaba en publico y hubiera hecho cualquier cosa por no tener que pasar al tablero jamás. Mi tristeza no era algo que estuviera oculto del mundo, y tampoco era muy bueno en hacerlos reír.  Lo elegí por casualidad y astucia; la parte de la casualidad es que era uno de los poemas que más me gustaba de el libro en que lo encontré, pero también hubiera podido probar mi suerte con Volverán las oscuras golondrinas o El brindis del bohemio; la parte de la astucia es que tenía que declamarlo en un concurso y supuse que al ser más largo habría menos dificultades en quedarme con el premio, porque mis compañeros eran algo bobos y perezosos, así que ninguno iba a aprenderse un poema difícil.

Como decía era primera vez me supe conquistado, en particular porque actuar era para mi algo natural, y además era excepcional para mi corta edad como lo descubrí haciendome pasar por ciego para lograr que me llevaran de la mano hasta mi casa. Para muchos actores la vida y la representación son una sola cosa,  y es allí donde reside el peligro, un actor no es como una pantalla de computador que abre ventanas a otras personas y experiencias sin transformarse. el actor es un médium, como esos que canalizan fantasmas, son canal, mensaje y emisor al mismo tiempo, deben abrirse a la posibilidad de ser otra cosa cada vez que representan  a un nuevo personaje, igual que los espíritus del médium, los personajes del actor deben volver al éter del que vinieron, pero nunca lo hacen enteros.

Hay personajes complicados de representar, esos que requieren que uno abra las puertas que uno quiere mantener cerradas son los peores. Hace un año me pidieron representar a uno de ellos, y me sentía listo para hacerlo. Sí, significaba volver a buscar una parte de mí que me dolió encerrar y ahogar, pero estaba dispuesto a hacerlo, dispuesto a aceptarla y vivirla. Pero no fui capaz, porque sé que no podría abrir esa puerta, y abrazar a esa parte de mí y no perder el control. Y no es que no quiera volver a ver el mundo de esa manera, no es que cuando fuí esa persona no haya sido feliz. Lo fuí, pero también he sido feliz sin ella, y sin una verdadera motivación no estoy dispuesto a quemar la ciudad que me he construido. 

Actuar es algo que me encanta, pero es un juego peligroso. 

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