viernes, 5 de junio de 2015

Un recuerdo

Éramos un grupo extraño: Un chico rudo, que no era yo (¿cuándo he sido un chico rudo?); un chico popular (Mi primo, que siempre tuvo el don de saber ganarse a la gente) y un tipo raro (yo). Ellos eran mis mejores amigos y nunca entendí por qué andaban conmigo. De niño, los aceptaba porque estaban allí, eran algo cierto, algo seguro, algo que nunca me faltaría, como el oxigeno o el agua corriente. Con los años, sin embargo, empecé a tener mis dudas. ¿Por qué me soportaban? Yo no era un tipo fácil, no soy un tipo fácil. Y llegó un momento en que descubrí, con dolor, que no me necesitaban. Que podían, fácilmente, andar juntos sin mí; ¡lo habían hecho! Tenían una amistad de la que yo no hacía parte. Entonces me alejé.

De todo, de años de amistad forjada desde, casi, nuestras cunas me quedaron muchas historias y recuerdos. Y hoy quisiera compartir uno con ustedes.

Al chico duro le mataron al papá un sabado. Recuerdo claramente que fue un sábado aunque no podría explicar por qué. Él estaba viendo televisión con el papá cuando llamaron a la puerta, el papá salió. Algo le dijeron al hombre, algo respondió él, le dispararon varias veces y mi amigo salío corriendo de la casa gritando, suplicando, que también lo mataran a él. El asesino escapó en una moto y eso es todo lo que sé. Los detalles no los tengo del todo claros porque me cuesta preguntar sobre esas cosas.

Su familia se fue de la ciudad, casi toda menos él. Él se quedó en mi casa. Estaba obsesionado con la venganza y lleno de un dolor que lo consumía. Es dificil ver a un hombre adulto tan lleno de dolor y rabia al tiempo, pero en un niño ( debía tener 10 o 11 años) es devastador. Yo no sabía qué decirle, cómo ayudarlo.

No sé de quién fue la idea, quizás se le ocurrió a él... El asunto es que un día concluimos que él necesitaba decirle cosas a su papá, cosas que se había quedado sin poderle decir. Y a mí se me ocurrió una manera en que podía hacerlo: escribiendole una carta.

Ahora, no estaba hablando de escribir todo en una carta y dejarla guardada en el escritorio. Escribir la carta era el primer paso, era lo obvio; lo que a mí se me ocurrió fue una manera de hacersela llegar.

Llamenme inocente, pero creo en la magia. Ya lo hacía en aquel entonces y se me ocurría que un ave podía llevar la carta al cielo, el más alla, el valhalla o donde quiera que estuviera el papá de mi amigo. Claro que no cualquier ave, tenía que ser un golero.

Ahora de adulto pienso que el golero es una buena elección porque es un ave carroñera, vive entre la muerte. Además, siempre está en los tejados mirando a los vivos moverse, como si nos cuidaran, como si fueran ángeles disfrazados. En ese momento no los elegí por eso, los elegí porque se paraban en el techo de mi casa y atardecían allí. Eran los pájaros que teniamos a mano.

Entonces le pedí a mi amigo que escribiera su carta, la pusimos en un sobre, subimos al techo, la colocamos sobre los tanques del agua del edificio, pusimos unas piedras sobre ella para que no se la llevara el viento, y bajamos.

Le dije a mi amigo que debía decirles a las aves que le hicieran el favor y se llevaran la carta. Él lo hizo. Sé que ninguno de ustedes lo haría, pero él lo hizo. No sé porque me seguían en mis ideas locas...

Para que los goleros no se cohibieran (son aves muy penosas así ustedes no lo crean) entramos al apartamento. Diez minutos despues volvimos a salir y la carta ya no estaba. Las piedras seguían allí, pero la carta había desaparecido.

Ahora, ustedes pueden creer lo que quieran. Quizás el viento se la llevó; quizás alguien nos vio y la escondió para convencernos de que la magia es posible... No sé, yo creía firmemente que la carta había llegado a su destino. Mi amigo, en cambio, no parecía muy convencido.

Una semana despues me desperté en medio de la noche y descubrí que él no estaba en el cuarto. Pensé que estaría en el baño y me preparé para seguir durmiendo, entonces escuché la puerta de la calle abriendose y,con cuidado, me asomé. Era él que entraba. Contento de que no fuera un ladrón volví a mi cama, él se acostó en la suya y me preguntó: ¿estás despierto? Yo le dije: sí. Y el me dijo: estaba mandandole otra. Yo no le respondí nada y me dormí profundamente.

Yo no sé si él insistió por desesperación o por esperanza, pero insistió. Y quiero creer que le ayudó.

Mis amigos eran un tipo duro y un tipo popular, yo nunca supe qué era lo que yo brindaba al grupo. Hoy creo que quizás yo aportaba magia, y no sé si ustedes crean en eso, yo sí y, si me invitan a su vida, eso es justamente lo que les voy a aportar, nada más.

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