Yo no sé qué fue lo que ella vio en mí, porque soy muchas cosas, pero no atractivo, ni poderoso, ni realmente inteligente, ni particularmente talentoso y, aunque algunas personas me consideran encantador, yo mismo a veces me aburro de escucharme contar siempre las mismas cosas. No sé, pero algo debió ver para pedirme que saliera con ella sin dar rodeos, ni lanzarme miradas seductoras, ni preguntarle estrategias de abordaje a sus amigas.
Me propuso encontrarnos el sábado a las 8:00 pm. La cita sería sencilla y corta: una cena en un restaurante que le gusta, seguida de dos cervezas o cocteles, ni uno más, en un bar cercano en el que estaríamos hasta las 10:00 pm, con la posibilidad de alargar la cita hasta las 10:30 pm, según cómo estuviera saliendo. Debo admitir que me gustó que tomara el control de la situación, incluso me emocioné un poco y sentí que mi corazón se convertía en un tambor o un caballo galopante cuando me dijo que no quería perder el tiempo y que me iba a entregar un cuestionario que debía llevar resuelto. "Los primeros quince minutos de la cita los dedicaré a revisarlo, lleva algo con que entretenerte", me dijo," y no te preocupes, tiene poco peso en la nota final."
La cita transcurrió bastante normal en el restaurante a pesar de que por su rostro pude adivinar que no le habían gustado mucho mis respuestas a su cuestionario. "Tienes potencial, chico, me gusta la idea de dejarme seducir por tus encantos" dijo cuando le sirvieron la segunda copa de vino, ", cuando los tengas". Respondiendo a mi expresión sorprendida, continuó diciendo: "Veo todo lo que podrías llegar a ser, pero me preocupa que sigues siendo un adolescente en muchas cosas. Mira, por ejemplo, tus puntajes en cultura: desconoces todo lo mejor de la música, tu conocimiento de Händel, Verdi y Bizet es totalmente nulo; por otro lado, aunque calificaste bien en literatura, hay varios clásicos que a tu edad ya deberías haber leído. Has estado perdiendo el tiempo"
"¿Entonces no te intereso?", le pregunté tras pensarlo mucho y masticar concienzudamente los últimos bocados de mi plato.
"Me interesa que dediques un año a convertirte en una persona completa y madura. Si decides hacerlo, prepararé un programa de cambios para ti que te harán capaz, si los sigues al pie de la letra, de eventualmente convencerme de interesarme en ti. Yo no te diré lo que dicen todas, que quiero que cambies por tu propio bien. Quiero que cambies por mi propio bien, por mi comodidad, porque si me encariño contigo, así sea un poco, y luego tengo que abandonarte por aburrido, va a ser molesto.
“Siempre me ha costado hacer las cosas por mí mismo” le dije sintiendo que había encontrado a la mujer de mi vida, “así que me encanta que me saques de la ecuación y me pidas hacerlo por ti, pero ¿cómo funciona el asunto?”
“Es sencillo, yo te propongo unas metas mensuales que pueden ir variando según tu progreso y todos los meses tenemos un almuerzo de seguimiento para mantenerme informada. Dentro de un año salimos de nuevo, me contestas un nuevo cuestionario y según cómo te vaya nos hacemos pareja, no vuelves a verme, o te doy un mes más de plazo para tomar acciones correccionales que permitan pulir unos últimos detalles.”
Después de eso, la cita fluyó de forma natural y cómoda, cosa que se hizo evidente cuando nos dieron las 11:00 pm en el bar hablando todavía de todas las maneras en que yo podía ser mejor, y ella, con un pequeño mohín fruto de haber roto sus propias reglas, me dijo algo que ya me había dicho antes y que, igual que la primera vez, me puso la piel de gallina: “Tienes potencial, chico” y se despidió lanzándome un beso que posó en su mano de uñas perfectamente rojas y sopló en mi dirección.
De esto hace ya varias semanas. Su plan de acción me llegó el martes siguiente y me llenó de una emoción intensa. Fue como si, tras haber pasado años deambulando sin rumbo, por fin encontrara mi camino. Me he ceñido a las reglas estrictamente, he abandonado la cafeína, la literatura juvenil, los lácteos, la música moderna y las carnes procesadas; también se espera que deje de fumar, pero eso lo estoy dejando para más adelante. Ahora, en vez de leer cómics o ver películas, dedico todo mi tiempo libre a aprender italiano y cocina.
Mis amigas me han felicitado por mi intención de convertirme en un hombre completo, pero dicen que un año es demasiado, que el programa es excesivo, que no tengo que cambiar tan profundamente para estar con alguien. Que con un par de meses en el gimnasio sería un partido aceptable, que conocen chicas que, en ese caso, estarían dispuestas a tener una cita conmigo.
Lo que ellas no entienden, yo mismo no lo entendía hasta hace un par de días, es que ella no me propuso ser su novio sino su obra de arte. Su escultura, digamos. No sé si cuando se cumpla un año seguirá encontrando en mí eso que la hizo invitarme a salir y romper su cronograma en el bar, o si, al ver su obra terminada, se sentirá aburrida de repente e intentará venderme a cualquiera. Pero no me gusta pensar en eso. Además, dice el cronograma que debo haber dejado de hacerlo para la semana siete porque los caballos de mármol no deberíamos pensar en cosas tristes.
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