Mi amiga me dijo que le habían ofrecido un trabajo en Bogotá y que estaba planeando mudarse, pero le preocupaba su economía. Particularmente el gasto mensual que le representaría aprender a fumar y mantener el vicio.
—Es que tú me conoces. No sé que es la moderación, si empiezo a fumar necesitaré de un par de paquetes al día, y esto es haciendo cuentas alegres.
Por haber sido un fumador, por lo menos, la mitad de mi vida, me sentí con la autoridad y experiencia para detenerla enseguida y explicarle, sin rodeos, que no se fuma por el frio, por lo menos no por el de la ciudad.
—Uno fuma por muchas razones, yo fumé por sentirme enamorado, por tener el corazón roto, por puro aburrimiento, por sentir las manos desocupadas, porque la noche estaba clara y desde mi ventana se veía a un ángel con una trompeta que parecía un cigarro; fumé por física envidia de otros fumadores y hasta para premiarme por llevar un par de semanas sin fumar. El frío es lo de menos, uno no se va a calentar más por tener un punto encendido cerca de los labios y el humo no es caliente, sino de una tibia y sedosa frialdad.
Como se mostrara interesada en esta lógica de que se fuma por razones que no tienen nada que ver con el cigarrillo en sí, ni con el fuego, le conté sobre un amigo que dejó de fumar hace unos cuatro años de súbito y nunca ha vuelto a recaer. Todo esto a pesar de que era de esas personas que parecieran estar fumando un sólo cigarrillo ininterrumpido desde que despiertan hasta que caen dormidos.
Resulta que, a pesar de su afición, era un hombre consciente del daño que hacia su vicio al mundo. Mis pulmones no son míos, me decía todo el tiempo, son del universo. En consecuencia, un día se inscribió en un seminario para dejar de fumar, el seminario consistió en una charla de cuatro horas, no sobre el efecto dañino del cigarrillo en los pulmones y el resto del cuerpo, sino en una exploración de por qué fumamos. Y la conclusión, parece, es que fumamos principalmente por culpa del inconsciente y no porque nuestro cuerpo anhele la nicotina, o porque exhalando humo nos sintamos como dragones en reposo.
—Resulta que pasé toda mi vida fumando porque mi inconsciente estaba obsesionado con convertirme en Clint Eastwood —ha dicho mi amigo a todos sus conocidos desde que abandonó la nicotina —y esta contradicción entre querer encontrarme a mí mismo y al tiempo desear, constantemente, ser otra persona me estaba destrozando por dentro, entonces fumaba para llenar con humo las grietas de mi alma.
Curiosamente, le dije a mi amiga, Clint Eastwood nunca fue un fumador y desde muy joven ha cuidado mucho su salud ejercitándose diariamente, comiendo sano y meditando. Seguramente hasta es vegetariano, añadí aunque no tuviera la seguridad de que fuera así. Así, pues, mi amigo ahora se parece a Clint Eastwood mucho más que cuando fumaba. Y eso también debe ser culpa del inconsciente, termino.
Mi amiga quiso saber si eso le pasa a mucha gente, y yo no estaba seguro de si se refería a desear ser Clint Eastwood, a fumar por culpa del inconsciente o a tener la sensación de que conocemos a gente que jamás hemos visto. En todo caso le respondí que sí y pareció quedar satisfecha y pensativa con mi respuesta.
—Entonces todo es cosa de hacer consciente en quién quiere mi inconsciente convertirme para que ni siquiera me provoque fumar — propone finalmente y ya con una sonrisa tranquila.
Yo asiento, pero no estoy convencido ni tranquilo. Toda esta charla sobre el inconsciente me pone algo paranoico, porque mi amigo dice que el mío probablemente me hace fumar porque quiere convertirme en un escritor de verdad y mientras escribo estas lineas intento no pensar en que ya se ha salido con la suya.
En todo caso, mi amiga ha decidido rechazar el trabajo, y psicoanalizarse un par de años antes de atreverse a vivir en cualquier ciudad de clima frío. Yo no se lo he mencionado, pero el cigarrillo es un vicio mucho más económico que el psicoanálisis, aún sumándole la asistencia al seminario de mi amigo. Sobre todo porque ambos caminos conducen al mismo punto, a descubrir que el inconsciente ha estado moviendo nuestros hilos para convertirnos, sin que nos demos cuenta, en otra persona. En Clint Eastwood, por decir cualquier cosa.
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