Lo que más recuerdo son sus ojos: desorbitados y húmedos. Todos se han quedado grabados en mi memoria. Cada noche de la última semana me han despertado disparos y gritos, pero los ojos, los ojos de quienes sacan, son lo peor de este encierro. Algunos se culpaban de no decir nada, pero qué ibamos a decir si seguiamos esperando que un día abrieran la puerta y nos dijeran que todo fue un error, que por favor los disculparamos por las incomodidades, que nos permitieran volver a nuestras vidas normales y olvidarlo todo como si hubiera sido un mal sueño. Además, tampoco es como si hubieramos estado mintiendo...
Una mañana amanecimos aquí sin saber cómo. La luz era escasa pero suficiente para mirarnos y reconocernos, eramos más de cien y no había un solo extraño. "¿Qué hacemos aquí?" nos preguntabamos, pero nadie tenía respuesta. Cuando apagaron las luces, tomamos las manos de nuestros vecinos. Hacía calor. Sudabamos y temblabamos al tiempo. Entonces abrieron las puertas, y vimos que afuera hacía un soleado mediodía. Cuatro siluetas con armas se encontraban en la puerta. "Buscamos comunistas", nos dijeron "y sabemos que entre ustedes hay". No dijimos nada, no teníamos nada que decir. A pesar de nuestro silencio, insistieron, cuestionaron. Ellos eran cuatro y nosotros más de cien, pero nadie dijo nada. Finalmente las manos empezaron a soltarse y alguien recordó que alguno estaba aprendiendo ruso; otro aseguró que aquel otro decía "camarada" un montón; a un tercero lo culparon de tener un apellido extraño, y a un cuarto por vestirse a menudo de rojo. Más de veinte fueron sacados ese día, y cada mirada aterrada, cada ojo desorbitado se quedó en mi memoria.
Y así ocurrió cada día de esta semana: apagaban las luces y nos tomabamos de las manos; ellos preguntaban y callabamos; insistían y las manos se iban soltando, y nos venían cosas a la mente. Jamás mentimos, todo era verdad. Era cierto que éste hablaba mal de su jefe, que el otro tenía una camisa con el logo de un sindicato, que el de más alla era demasiado reservado. preguntas. Siempre fuimos más que ellos, siempre dejamos que estos cuatro hombres se los llevaran a todos, siempre sus miradas incrédulas y humedas me dolieron. Y nunca, nunca, dijimos nada.
Hoy sólo quedo yo y creo que en mi futuro ya no hay disculpas ni posibilidad de olvido.
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