Mucho tiempo despues, al recordar ese día en
que había despertado por primera vez sola, lo primero que le vino a la a mente fue la
intensidad del sol que entraba por por la ventana. La alarma había
sonado por varios minutos antes de silenciarse. No sentía ninguna necesidad de apagarla, ya no quedaba nadie a quien dañarle el sueño.
El sol le picaba en la piel, y afuera el mundo entero le parecía -sin gafas- una acuarela abstracta. Se fijó en colores que hacía mucho no
notaba. Ya sentada, sintió deseos de no moverse. El día anterior había
ido desmontando el apartamento, envolviendo los cuadros, guardando en
cajas los libros, forrando con periodico los objetos fragiles. En la
sala, las cajas a medio llenar esperaban. Su tarea seguía inconclusa.
Habría podido seguir durmiendo.
Un pensamiento la invadió, el
mundo estaba lleno y ella, como su habitación, vacía. Podría
quedarse allí, sentada, acostada, esperando a despertar de verdad para
descubrir que todo había sido un sueño. Y lo hizo, permaneció allí hasta
mucho despues de que empezaron a dolerle las piernas y la espalda. Su
piel se enrojeció y le ardía. El sol se desplazó por su habitación hasta
desaparecer al pie de su ventana. Entonces se levantó, y caminó hacia
la sala. No quiso comer ni beber, el estomago le dolía y sentía la
lengua pesada como si fuera un trapo en su boca.
Lo que más
recuerda de ese primer día en que tuvo que despertar sola, es que todo
le dolía pero había sobrevivido. Y acompañada por sus dolores se había
sentido menos sola.
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