Él era un desastre. Conoces el tipo, un poco alto, con muchas canas en la sien y de apariencia fuerte. Son como mulas, parece encantarles obedecer ordenes, cargar sobre su hombro cualquier cosa que les pidan y se sienten felices de ser útiles. Caminaba encorvado y lento. Frente a la puerta se quedó inquieto, soltó su cinturón, abrió el botón de su pantalón y se bajó la corredera, el pantalón le cayó hasta los tobillos. Se agachó, tras pensar la mejor manera de hacerlo un par de segundos,pero antes planchó con la mano su camisa azul a rayas. Nadie vió al hombre, de piernas esmirriadas y peludas que parecian brotar de un calzoncillo blanco y abombado, frente a la casa. O nadie dijo nada por verle semidesnudo e indefenso como un pollito. Recogió su pantalón. Se aseguró de que su camisa quedara perfectamente atrapada por él. Cerró su cinturón. Revisó su bolsillo y sacó una llave.
-- Podría entrar-- se dijo --Las luces están apagadas, seguramente están durmiendo, ella debe estar rodeada por las veinte almohadas que poseíamos, atravesada en la cama que ya no comparte con nadie y abrazada a su manta como antes me abrazaba a mí. De todas formas, no me atrevería a subir. La sala, por otro lado, debe estar desocupada y el sillón es bastante cómodo, podría dormir en él y salir antes de que despierten. Les podría dejar una carta, una nota que dijera cuanto siento no haberles visto esta vez tampoco.
Abrió la puerta con cuidado, miró adentro y se quitó los zapatos.
Susurraba para sí mismo. Ella tenía el sueño profundo, seguramente no se despertaría aunque él hablara con su tono normal, pero no se atrevía a hacer mucho ruido.No necesitaba luz para navegar la casa, la conocía de memoria. En la puerta nacía un pasillo que desembocaba en una salita que nunca era usada y el comedor. Atravesando el comedor estaba la sala principal, en una esquina estaba el equipo de sonido, y al frente, en el otro extremo, un sillón reclinable en el que ella dormía.Cuando vió su cuerpo se detuvo en seco, no la reconoció enseguida. La observó con la sensación inequívoca de que no volvería a verla. Quiso acariciar su rostro, besarla en la frente o peinar su cabellos una última vez. Dio la vuelta y silencioso como había llegado quiso partir.
No te vayas-- escuchó en la profunda oscuridad del comedor --No te vayas, has hecho falta, quédate y cuentame cosas.
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