Era más de la
medianoche, y ambos estabamos sentados en ese espacio circular en el
que la muralla hace una L. Al otro lado, sobre la carretera pasaban dos
autos, el que se dirigia a la izquierda era negro, pero el otro, que
iba en la dirección contraria, era el mismo modelo de auto que posee mi
madre, en el mismo color, y por un momento sentí una punzada en el
estomago y me pregunté si habría pasado algo malo. Busqué la placa con
mis ojos, y tú hablaste justo en ese momento. -No era- respondí. -Qué
no era- preguntaste sin cambiar el tono.
Te he mirado cientos de veces. Sobre todo, he observado con atención tu rostro. He visto la manera en que te tiemblan los labios cuando estas pensando, cómo alzas la ceja derecha cuando te provoca algo que acabas de ver, cómo se te dilatan las pupilas cuando miras a mis ojos, cómo te limpias los dientes con la lengua sin abrir los labios, cómo giras los ojos cuando no te escuchan, cómo frotas los dientes mientras duermes, cómo empujas unos lentes invisibles hacia tu ceño a pesar de que no has usado gafas en todo el tiempo que tengo de conocerte. Conozco tu rostro mejor que tú misma, y te estaba mirando en ese momento pero no pude reconocer tu expresión.
Lo cierto es que nunca he sido muy bueno leyendo a las personas, por eso ante la duda sonreí, tomé tu mano y te dije que la luna estaba hermosa. Tú sonreiste, y me dejaste sostener tu mano. Me sentía algo incomodo y esperaba que repitieras lo que habías dicho para darte una respuesta adecuada. -¿Sabías- te dije - que hay un momento en la madrugada en que el mundo se queda en silencio? Subiste la ceja derecha y me guiñaste los dos ojos, como haces cuando estás feliz. Supuse que estabas interesada y continué: -Hay un momento alrededor de las 3 o 4, en el que todo se queda en silencio, las olas se callan, los grillos escuchan, las voces desaparecen, todo lo que produce sonido deja de existir. Es un pequeño momento, puede durar un segundo o diez, pero en ese momento todo es posible. La vida misma se reinventa, y es posible que, si parpadeamos en él, abramos los ojos a un mundo distinto-. Pusiste tu cabeza en mi hombro y dejé que mis dedos jugaran con tu cabello.
Para cualquiera que nos hubiera visto pareceríamos una pareja de enamorados. Te quedaste dormida y te deje dormir, no porque me guste verte hacerlo, sino porque habías tenido un día largo, porque la luna estaba linda, porque no quería levantarme, porque la brisa, el olor del mar, el sonido de las olas y los carros pasando a alta velocidad me hacían sentir como en casa. - Ésta es mi ciudad- dije pero no me escuchaste. -Te quiero- pensé en decirte, y no hubiera mentido, te quería. Abriste los ojos y me preguntaste si habías dormido. Te miré y moví la cabeza de un lado al otro. -No- te dije - sólo descansaste un poco los ojos, no te perdiste nada.- Me levanté y te ayudé a ponerte de pie, sacudiste tu falda y bajamos.
Caminamos hasta tu casa. Sólo la mitad de las farolas públicas servía, las calles estaban solas y oscuras, pero la noche era clara y la luna brillaba, gigante y amarilla en medio del cielo. Me tomaste del brazo, y apoyaste de nuevo tu cabeza en mi hombro. No caminabamos rapido, pero bajé aún más la velocidad, no quería llegar. Habían dado ya más de las tres, pero caminabamos como planeando los pasos; izquierdo, pausa, derecho, pausa, pausa, derecho, pausa larga, izquierdo. No sentíamos miedo, te pregunté por qué estabas tan callada.-Tengo sueño- dijiste -Pero quiero escuchar el silencio contigo-. Cuando llegamos me llamaste un taxi y esperaste conmigo desde el otro lado de tu reja.
Tenías en tu mano la manija que abria o cerraba. Yo deseaba que abrieras y salieras, o que me dejaras entrar, pero la mantuviste cerrada hasta que llegó el taxi. No hizo un solo sonido al detenerse, y cuatro cosas ocurrieron al tiempo: oímos el silencio, alzaste tu ceja, abriste la reja y mis ojos se cerraron involuntariamente. -Me voy- te escuché decir. -Yo me voy- te dije -Ésta es tu casa, tú te quedas-. Sonreí y esperé que lo hicieras tú también. No lo hiciste. -Me voy- repetiste, y miraste atrás con un gesto extraño. Entonces vi lo desnuda que estaba tu casa. - Te vas- repetí sin terminar de procesar lo que ya había entendido. -Me voy- dijiste por tercera vez. El taxi pitó y tus labios se movieron. Cerraste la reja, pusiste seguro y entraste a tu casa sin mirar atrás. Subí al auto y me quedé pensando si habrías dicho gracias.
Te he mirado cientos de veces. Sobre todo, he observado con atención tu rostro. He visto la manera en que te tiemblan los labios cuando estas pensando, cómo alzas la ceja derecha cuando te provoca algo que acabas de ver, cómo se te dilatan las pupilas cuando miras a mis ojos, cómo te limpias los dientes con la lengua sin abrir los labios, cómo giras los ojos cuando no te escuchan, cómo frotas los dientes mientras duermes, cómo empujas unos lentes invisibles hacia tu ceño a pesar de que no has usado gafas en todo el tiempo que tengo de conocerte. Conozco tu rostro mejor que tú misma, y te estaba mirando en ese momento pero no pude reconocer tu expresión.
Lo cierto es que nunca he sido muy bueno leyendo a las personas, por eso ante la duda sonreí, tomé tu mano y te dije que la luna estaba hermosa. Tú sonreiste, y me dejaste sostener tu mano. Me sentía algo incomodo y esperaba que repitieras lo que habías dicho para darte una respuesta adecuada. -¿Sabías- te dije - que hay un momento en la madrugada en que el mundo se queda en silencio? Subiste la ceja derecha y me guiñaste los dos ojos, como haces cuando estás feliz. Supuse que estabas interesada y continué: -Hay un momento alrededor de las 3 o 4, en el que todo se queda en silencio, las olas se callan, los grillos escuchan, las voces desaparecen, todo lo que produce sonido deja de existir. Es un pequeño momento, puede durar un segundo o diez, pero en ese momento todo es posible. La vida misma se reinventa, y es posible que, si parpadeamos en él, abramos los ojos a un mundo distinto-. Pusiste tu cabeza en mi hombro y dejé que mis dedos jugaran con tu cabello.
Para cualquiera que nos hubiera visto pareceríamos una pareja de enamorados. Te quedaste dormida y te deje dormir, no porque me guste verte hacerlo, sino porque habías tenido un día largo, porque la luna estaba linda, porque no quería levantarme, porque la brisa, el olor del mar, el sonido de las olas y los carros pasando a alta velocidad me hacían sentir como en casa. - Ésta es mi ciudad- dije pero no me escuchaste. -Te quiero- pensé en decirte, y no hubiera mentido, te quería. Abriste los ojos y me preguntaste si habías dormido. Te miré y moví la cabeza de un lado al otro. -No- te dije - sólo descansaste un poco los ojos, no te perdiste nada.- Me levanté y te ayudé a ponerte de pie, sacudiste tu falda y bajamos.
Caminamos hasta tu casa. Sólo la mitad de las farolas públicas servía, las calles estaban solas y oscuras, pero la noche era clara y la luna brillaba, gigante y amarilla en medio del cielo. Me tomaste del brazo, y apoyaste de nuevo tu cabeza en mi hombro. No caminabamos rapido, pero bajé aún más la velocidad, no quería llegar. Habían dado ya más de las tres, pero caminabamos como planeando los pasos; izquierdo, pausa, derecho, pausa, pausa, derecho, pausa larga, izquierdo. No sentíamos miedo, te pregunté por qué estabas tan callada.-Tengo sueño- dijiste -Pero quiero escuchar el silencio contigo-. Cuando llegamos me llamaste un taxi y esperaste conmigo desde el otro lado de tu reja.
Tenías en tu mano la manija que abria o cerraba. Yo deseaba que abrieras y salieras, o que me dejaras entrar, pero la mantuviste cerrada hasta que llegó el taxi. No hizo un solo sonido al detenerse, y cuatro cosas ocurrieron al tiempo: oímos el silencio, alzaste tu ceja, abriste la reja y mis ojos se cerraron involuntariamente. -Me voy- te escuché decir. -Yo me voy- te dije -Ésta es tu casa, tú te quedas-. Sonreí y esperé que lo hicieras tú también. No lo hiciste. -Me voy- repetiste, y miraste atrás con un gesto extraño. Entonces vi lo desnuda que estaba tu casa. - Te vas- repetí sin terminar de procesar lo que ya había entendido. -Me voy- dijiste por tercera vez. El taxi pitó y tus labios se movieron. Cerraste la reja, pusiste seguro y entraste a tu casa sin mirar atrás. Subí al auto y me quedé pensando si habrías dicho gracias.