Un día quise, creo,
tuve, al menos, la certeza de hacerlo
o al menos la sensación inequivoca de
sentir algo cercano al amor.
Otro día, me perdí en unos labios
que recorría, lúbrica e indolente,
con un dedo
una mujer, que oscura, compartía
conmigo un trago.
En otro momento, quise querer
a dos ojos grises y a la mujer que
nacía de ellos
y me jugué la vida por una sonrisa que
nunca floreció completa.
He contraido el amor, tal vez
cómo quien enferma de gripa,
por accidente.
Lo he convalecido
por periodos cortos e intensos
en que quiero estar solo para no
molestar.
He ido al medico,
de vez en cuando,
para asegurarme de que no es más que
un resfrio
un pequeño desatino de mis defensas,
no una bronquitis, asma o tisis
sólo una pequeña indisposición
temporal.
He contraido el amor, urgentemente,
como quien enferma de varicela.
Entonces ha florecido en mi cuerpo
le ha hecho inhabitable
las ausencias le ahogan,
le ponen nervioso,
y me he visto entonces recorriendo las
calles apresurado,
buscando remedio para la comezón
amorosa.
He querido sufrir del amor pausado
invasivo e incurable del oxido
de un amor que me corroa y cubra
que ponga la muerte frente a mis ojos
y me pida huir de ella.
Hoy no querría curarme de ti.
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