A veces pienso en el porvenir, lo que es un ejercicio inutil en el presente, y promete ser una fuente de insatisfacción en el futuro, pero lo hago. Me imagino ser un yo futuro que disfruta de contarle a su yo más joven —que es indefectiblemente mi yo presente— sobre las cosas maravillosas que le han ocurrido en su vida, y que han de ocurrir en la mía. Me gustan las historias que puede contarme, sobre las mujeres que amaré, y las mujeres que me amaron, acerca de el momento en que mi hija dió sus primeros pasos, dijo sus primeras palabras o terminó con su enesimo novio; a veces, como para recordarme que no todo es alegría, me he contado llorando aquella ocasion en que perdimos a nuestra madre, o cuando, en algunas ocasiones, quedamos viudos, nos separamos o fuimos abandonados.
A veces pienso en el hombre que puedo llegar a ser un día, y sé que si no me convierto en el hombre que quiero ser, voy a sentirme frustrado, molesto e insatisfecho, pero también que si no me convierto en ese hombre, la culpa será sólo mía.
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