Quiero contarte una historia que no conozco todavía, que ocurre en un lugar que sólo tú puedes imaginar. Quiero contarte la historia de cómo un día morí, y como termine siendo alguien que no reconozco. Porque cierto que morí, que he muerto ya varias veces y que me lloré y guardé duelo cada vez que ocurrió. Pero no puedo contarte esa historia porque no sé los detalles importantes. No sé por qué o cómo morí y seguí viviendo. No sé como fui capaz de arrancar pedazos de mí y no morirme de dolor al darme cuenta de que no podía volver a serlos. De que aunque estaba vivo, no había resucitado.
Tampoco puedo contarte como es olvidé por completo mi infancia, ni puedo compartirte el dolor que me causa oír las historias que sobreviven de ese niño brillante que compartió conmigo el nombre. No puedo explicarte la melancolía que me invade todos los años cuando me pregunto si no habré muerto ya demasiadas veces y si existe alguna razón para no haber matado ya el resto de mí. Si fuera a contar mi historia tendría que empezar con una frase como: Un lunes abrí los ojos y me dí cuenta de que existía, de que había existido antes, y de que el olvido no era una niebla que cubre el pasado sino un animal salvaje que nos devora violentamente cada vez que siente su estomago rugir.
Y en algún momento debería decir: Vendí mi suerte y mi alma para asegurarme de que alguien más sería feliz, y yo me quedé con un vacío por futuro, un pasado pegado a mí como un chicle y una certeza casi zen de ser.
Y soy. Irrepetible, terco y gris como una mula o un burdegano. Igual que ella o él, incapaz de repetirme en mi progenie, no tendré herederos más que mis propios yo futuros. Hemos sido siempre nosotros, nosotros la legión de hombres asustados, esos incapaces de volar, esos fascinados con esas grandes narraciones de las que jamás haremos parte, esos que somos. Y en este ejercicio de ser o más bien de dejar de ser, de a pedazo en pedazo, mientras lentamente nos desarmamos, derrumbamos y descascaramos como una residencia vieja y descuidada; en este proceso de empezar a ser otra cosa me he encontrado contigo, lector o lectora, que me imagina y me reinventa a partir de aquello que no puede morir, mis palabras.
Por eso quiero contarte la historia del sol que se escondía para protegernos de sus rayos, de las tormentas que nos persiguen, de nuestra mano rota, de las cosas imposibles que habitaban mi vida, como la impresora avergonzada o el reloj que profetizó nuestras múltiples muertes. De los cálculos que guiaron mi vida, los miedos que han pasado sobre mi como camiones sobre una ardilla, de los libros que me negué a leer, de todo lo que pudimos ser y jamás seremos, y de mi alma que vendí una noche desesperado para que ella fuera feliz y pudiera un día hacer por mí lo que siempre hice yo, olvidar.
Eligiendo a cual puerto enfilaré mi navio, consciente de que el mar es una amante caprichosa, eligiendo a mis compañeros de viaje, guardando mis tesoros en mi equipaje, sin prisa pero sin tardanza. Mi brujula y mis armas estan listas, que vengan los ciclopes y los ciclones, el viaje empieza ahora, y terminará cuando lo haga el camino.
miércoles, 27 de junio de 2012
lunes, 18 de junio de 2012
Los libros
Yo no soy la persona más interesante del mundo, por lo tanto en cuanto ocurre algo que para mí es medio importante quiero contarle a todo el mundo. Así que una semana después de haber entregado mi anteproyecto de tesis, creo que todo el mundo ha escuchado sobre mi revista literaria para la carrera de comunicación social de la UTB. Pero no este proyecto no sólo es importante porque es mi anteproyecto, sino porque me permitió explorar lo que ha significado para mi la literatura.
Hace dos semanas o algo así, leí un artículo de Carolina Cuervo en que decía que ella no había llegado a la lectura desde niña, que había sido como un gusto que adquirió, un poco obligada, en la universidad y si el cual ya no imagina la vida, pero que no fue un libro el que la enamoró de la lectura. Yo no recuerdo si fue así en mi caso o no, he leído tantos libros que a menudo no sé sí mis recuerdos son cosas que viví o que leí que otra persona vivió; pero hay muchos libros que mantengo cercanos a mi corazón porque cambiaron mi vida, como El Tunel.
El Tunel fue la primera historia que leí en la que el criminal narra lo que hizo, no con la pretensión de defenderse, sino con la intención de compartir su historia. Y me ocurrió algo cuando lo leí, me sentí identificado con el asesino, como creo le ocurrió a muchos otros jóvenes tímidos cuando lo leyeron. Y es que yo también planeaba minuciosamente cada encuentro futuro, intentaba adivinar que podían decir y cómo, y qué podía yo responder; y al final, nada salía bien. Porque en el fondo, la gente que imaginaba funcionaba como yo funciono, reaccionaba como yo reacciono, y lo más importante le importaba mi vida, mi historia y mis intereses tanto como a mí mismo. Pero la triste realidad es que a nadie le importa tanto la existencia de otra persona, y mucho menos la mía. Así que un día llega esta mujer que uno ama y por la que uno se siente comprendido, y uno se deja llevar por la fantasía de no ser un ser solitario en un túnel en el que apenas se puede ver el mundo a través de ventanas, porque sí, uno está solo, y sí, es difícil, pero esta persona está allí del otro lado y puede hacer el camino con uno, y la soledad se mitiga, y uno es comprendido y acompañado y querido. Y eso era María para el hombre del túnel, Juan Pablo Castell.
Así que sí, lo comprendía, y se lo dije a un amigo. Y él, emocionado con la idea, decidió hablar, ante todo el salón, de como yo era también un solitario y asesino en potencia y cuanto le había ayudado verme a mí en el lugar de Juan Pablo a entender el libro. Y fue una experiencia vergonzosa, pero me enseñó a ver los libros de otra manera, a no buscar libros por sus autores, sino por la sensación que me producen algunos de guardar dentro de sí versiones posible de personas que quiero. Y eso me cambió la vida, porque no volví a sentirme solo cuando estoy con mis libros, allí están mis mejores amigos, mis otros yo, los padres que siempre quise tener, los hermanos que nunca nacieron, las hijas que deseo y a veces la mujer que quiero que me acompañe el resto de mi vida.
Entonces sí, a mi la literatura me cambió la vida, y tal vez no tenga un primo mayor que me haya enseñado cosas de la vida, y tal vez mis abuelos nunca fueron muy cultos ni se sabían leyendas que contarme, tal vez mis primos me resultan extraños porque sus actividades juveniles no me interesan, y tal vez nadie quiera escuchar mi historia, pero creo que soy un buen hombre, soy sociable, amable, me gusta hacer reír a la gente y hay quienes me quieren, y todo lo debo a los libros.
Hace dos semanas o algo así, leí un artículo de Carolina Cuervo en que decía que ella no había llegado a la lectura desde niña, que había sido como un gusto que adquirió, un poco obligada, en la universidad y si el cual ya no imagina la vida, pero que no fue un libro el que la enamoró de la lectura. Yo no recuerdo si fue así en mi caso o no, he leído tantos libros que a menudo no sé sí mis recuerdos son cosas que viví o que leí que otra persona vivió; pero hay muchos libros que mantengo cercanos a mi corazón porque cambiaron mi vida, como El Tunel.
El Tunel fue la primera historia que leí en la que el criminal narra lo que hizo, no con la pretensión de defenderse, sino con la intención de compartir su historia. Y me ocurrió algo cuando lo leí, me sentí identificado con el asesino, como creo le ocurrió a muchos otros jóvenes tímidos cuando lo leyeron. Y es que yo también planeaba minuciosamente cada encuentro futuro, intentaba adivinar que podían decir y cómo, y qué podía yo responder; y al final, nada salía bien. Porque en el fondo, la gente que imaginaba funcionaba como yo funciono, reaccionaba como yo reacciono, y lo más importante le importaba mi vida, mi historia y mis intereses tanto como a mí mismo. Pero la triste realidad es que a nadie le importa tanto la existencia de otra persona, y mucho menos la mía. Así que un día llega esta mujer que uno ama y por la que uno se siente comprendido, y uno se deja llevar por la fantasía de no ser un ser solitario en un túnel en el que apenas se puede ver el mundo a través de ventanas, porque sí, uno está solo, y sí, es difícil, pero esta persona está allí del otro lado y puede hacer el camino con uno, y la soledad se mitiga, y uno es comprendido y acompañado y querido. Y eso era María para el hombre del túnel, Juan Pablo Castell.
Así que sí, lo comprendía, y se lo dije a un amigo. Y él, emocionado con la idea, decidió hablar, ante todo el salón, de como yo era también un solitario y asesino en potencia y cuanto le había ayudado verme a mí en el lugar de Juan Pablo a entender el libro. Y fue una experiencia vergonzosa, pero me enseñó a ver los libros de otra manera, a no buscar libros por sus autores, sino por la sensación que me producen algunos de guardar dentro de sí versiones posible de personas que quiero. Y eso me cambió la vida, porque no volví a sentirme solo cuando estoy con mis libros, allí están mis mejores amigos, mis otros yo, los padres que siempre quise tener, los hermanos que nunca nacieron, las hijas que deseo y a veces la mujer que quiero que me acompañe el resto de mi vida.
Entonces sí, a mi la literatura me cambió la vida, y tal vez no tenga un primo mayor que me haya enseñado cosas de la vida, y tal vez mis abuelos nunca fueron muy cultos ni se sabían leyendas que contarme, tal vez mis primos me resultan extraños porque sus actividades juveniles no me interesan, y tal vez nadie quiera escuchar mi historia, pero creo que soy un buen hombre, soy sociable, amable, me gusta hacer reír a la gente y hay quienes me quieren, y todo lo debo a los libros.
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