Que nos maten —dijo ella— tengo hambre y no pienso irme hasta haber comido algo. En ese momento, Jorge tuvo la corazonada de que esas serían las últimas palabras que escucharía de su boca. Se apeó y sentó en la mesa, —que nos maten— dijo en voz baja varias veces. Miraba con suspicacia las personas que se acercaban al restaurante; era tarde, y todos parecían ser clientes habituales, ninguno tenía cicatrices extrañas, ni olía a vinagre. Se relajó.
Para pasar el tiempo, la observó detalladamente mientras comía, tenía los labios manchados de mostaza y salsa de tomate, ambos colores se juntaban en sus labios, que parecían besar burbujas, como si fueran un labial. La vio introducir la hamburguesa de nuevo en su boca y masticarla mientras un pequeño y casi imperceptible hilo de saliva se le escapaba por la comisura izquierda de su boca. Como todo un caballero, tomó una servilleta, y la puso entre los dedos de ella, aprovechando para acariciar, de una manera que le pareció lasciva, su dedo corazón.
Ella sorbía la gaseosa coquetamente, o eso pensó él; inclinaba la cabeza un poco hacia el frente; alargaba los labios como buscando a tientas una boca, pequeña, en la oscuridad; giraba los ojos hacia arriba para no perderlo de vista, y su cabello caía de manera tierna a los lados, enmarcando su mirada. Pensó en besarla, y sintió de nuevo su corazonada oprimiéndole el pecho. Ella no había dicho nada más desde su negativa a partir.
Espero que estés satisfecha –ella sonrió— porque ya deberíamos irnos. Ella se levantó en silencio, abrió su cartera, y extrajo el paraguas, una navaja suiza oxidada, la bolsita del maquillaje, un cepillo de dientes y un pequeño monedero. De éste último, extrajo un billete doblado que examinó detenidamente, como si intentara recordar dónde lo había obtenido, antes de usarlo para pagar su cena.
No estuvo bien –se dijo Jorge– debí haber pagado yo, es casi seguro que luego va a reclamarme haberla obligado a usar su propio dinero para algo tan banal como la alimentación.
Tras recibir el vuelto, Laura volvió a guardar su monedero, miró a Jorge y cuando éste le devolvió la mirada, ella extendió todos los dedos de su mano derecha hacia el cielo, y le enseño la palma de su mano. Dos nuevas corazonadas se dieron cita en el corazón de Jorge mientras asimilaba el gesto y veía a Laura dirigirse al baño.
La primera y más fuerte corazonada fue que ella estaba molesta con él. En consecuencia, se escaparía por la ventana del baño, correría por la calles vacías de la ciudad a la media noche, sería abordada por un grupo de bandoleros, con cicatrices y olor a vinagre, que le robarían el dinero y la ropa. Luego, viendo su cuerpo atractivo y sus labios rosados que parecían besar una burbuja, alguno de los hombres, probablemente el líder o el segundo al mando, le soplaría algo en la nariz que la dejaría inconsciente por un par de días. Claro que nada serio le pasaría -la corazonada no era de ese tipo-, ya que en el preciso momento en que el sucio bandido fuera a intentar violentar el cuerpo de Laura, un par de policías llegarían al lugar. Bang Bang. Dos, tres disparos y los villanos correrían como liebres asustadas por los callejones entre las casas. Dos cuerpos yacerían en el piso, el de ella, que se estremecería, a pesar de su inconsciencia, por el frio de la madrugada en la ciudad y por el pudor de saberse desnudo. Y junto a ese, un segundo cuerpo, el del malhechor que pretendía irrumpir violentamente en el territorio sagrado de su sexo.
Lo peor es que un par de días después, él debería escuchar toda esta historia como si no la hubiera presentido, como si no hubiera podido evitarla. Y nada le habría ocurrido, él lo sabría y ella también, si él hubiera pagado como se esperaba que hiciera.
La segunda corazonada era más pequeña, pero le hizo estremecerse por dentro como un flan. Ella se resbalaría en el baño mientras se lavaba la boca, su cuello encontraría algo duro en su caída, una taza de inodoro, un lavamanos, un escalón, una jirafa ornamental, la manija de una puerta. El golpe la dejaría inmediatamente parapléjica, o muerta. Y él tendría que hablar de ella en su funeral, o cuidar de ella durante los siguientes años, que podrían, fácilmente, ser toda una vida. Y él no estaba listo para una relación a tan largo plazo.
Asustado por sus corazonadas, Jorge corrió hacia baño de las mujeres. Tomó el pomo de la puerta y miró sus dedos. Algo enrojecía una de sus uñas, olió su mano, era salsa de tomate, la lamió, y secó su mano en el pantalón. Notó una ligera opresión en su vientre, y la necesidad imperiosa de mirarse en un espejo. Dió la vuelta e ingresó al baño de hombres. Se lavó la cara y orinó, le gustó la limpieza del lugar. Sólo entonces, cuando ya se sentía más relajado y valiente, volvió a agarrar, de manera decidida y firme, la manija del otro cuarto de baño entre sus manos e intentó girarla. Tenía seguro.
Pensó en Laura que yacía en el piso, y notó una sustancia húmeda bajo sus zapatos. Supo que los lavamos rebosaban e inundaban el baño. Laura, tendida sobre las baldozas que solían ser blancas, se ahogaría. Laura moriría esa noche, esto es, a menos que hubiera escapado por la ventana. Jorge necesitaba saber qué había ocurrido. Las corazonadas le pesaban como una piedra en la boca del estomago. Pateó la puerta. No se abrió, pero una voz familiar contestó al golpe desde adentro con un grito, y una larga lista de palabras soeces.
Jorge no podía creer que tales expresiones pudieran brotar de la tierna boquita de Laura. Entonces, casi al mismo tiempo, se hizo silencio en el local. Todos los clientes, como presintiendo lo que podría ocurrir se quedaron quietos como estatuas, oyeron las palabras que resonaban en las paredes, y vieron al hombre que tomó por el brazo a Jorge.
Él no había pensado en las posibles consecuencias de su patada.
Cuando la mano extraña sujetó a Jorge por el antebrazo, su primer instinto fue gritar; el segundo, morderla; el tercero, golpearla y salir corriendo, y el cuarto, llorar. No hizo ninguna de estas cosas pero sus ojos se aguaron. Se mantuvo en silencio mientras se dejaba arrastrar hacia afuera.
No queremos hacer shows, así que te dejo sano, pero como vuelva a encontrarte por aca, te convierto en titular de El Espacio –le dijo el hombre, y Jorge asintió comprensivo.
Y no te preocupes por la puerta, queremos reemplazarla por una más bonita. Pero creo que sería un buen gesto de tu parte, un gesto amistoso incluso, que hicieras una colaboración con el fin de facilitarnos su compra –El hombre sonreía, y tras poner su inmensa mano izquierda sobre el hombro de Jorge, acercó su mano derecha moviendo sus dedos como si lo llamara.
Cuando Laura salió, Jorge ya la estaba esperando, listo para irse. Ella se sentó junto a él, puso su mano en su hombro. Le dió un pequeño beso en la mejilla, y dijo –Ésta ha sido una de las noches más divertidas de mi vida, a pesar de todo. Deberíamos hacer esto más a menudo–. Él la miró sonriente, se detuvo un par de segundos en sus labios. Y tuvo la corazonada de que no era sincera. Pero decidió seguirle el juego, porque ¿qué era lo peor que podría pasar?